martes, 15 de noviembre de 2011

Madres en la marginalidad

Por Monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social; 6 de noviembre de 2011.- 

La vocación sacerdotal es hermosa. Nos acerca a todas las personas que Dios pone en el camino. Esta cercanía nos hace no pasar de largo y estar disponibles. Saber escuchar también es saber mirar. Volvemos a compartir otras reflexiones y testimonios narrados por un sacerdote en una villa. Son vidas sagradas, como la tuya y la mía. “Contra viento y marea” es un dicho que tiene mucho que ver con los renglones que vienen.

“La fe en Jesucristo nos hace ir más allá. Acompañar sin juzgar. Quiero hacer presentes a tantas chicas y madres que viven en el seno de la marginalidad. Pasan sus días en la calle entre la alienación del consumo del paco y la degradación de la prostitución. Así van pasando los días sin destino, sin sentido, hacia la nada. De pronto quedan embarazadas y el hijo que llevan dentro crece en la calle con ellas; participa del consumo activamente, comulga con la desesperación de su madre por buscar dinero para consumir y sufre el coletazo de todas las enfermedades que vienen detrás: sífilis, HIV, desnutrición, descalcificación, etc.

Estas madres embarazadas, en consumo y prostitución permanente, están en una situación de enorme sufrimiento que clama al cielo y creemos que no podemos ser indiferentes. Tendríamos que pensar seriamente, ¿qué atención reciben estas chicas cuando van a los hospitales estando en la calle?, ¿qué seguimiento hay de esos embarazos?, ¿hay lugares de tratamiento a la adicción para las embarazadas con posibilidad de tener hijos con ellas mientras hacen el vía crucis de la recuperación? El atajo para resolver esta situación de inmediato tiene generalmente dos senderos: pensar que ellas son una amenaza para el bebé que nace; entonces, en el mejor de los casos, cuando nace el bebé es urgente quitárselo. O si el aguijón de la muerte llega antes, inducir a la madre a que es mejor abortar ese bebé.

Ahora nos preguntamos: ¿no es mejor pensar que ese hijo es una enorme oportunidad de reconstruir ese tan ansiado sentido de su vida? ¿No sería más serio darnos repensar un camino de acompañamiento y prevención permanente para estas madres embarazadas que quieren tener a sus hijos aun estando en la calle sumergidas en la adicción?

¿Tendremos el corazón preparado para escuchar su desesperación y descubrir que toda nuestra organización social no sólo es expulsiva en muchos sentidos sino que de a poco se ha transformado en ‘abortiva’?.

La Iglesia que vibra en su maternidad por estos barrios, no aborta nunca a nadie y ha sabido acompañar y conducir a muchas de estas chicas tan abandonadas pero a la vez tan madres. Es una paradoja más de la historia que las más marginadas sean en muchos casos las que conservan más vivo el sentido de la maternidad, no por la calidad de su cariño o de su entrega seguramente, pero sí por su decisión tan aleccionadora de tenerlos igual.

Incluso muchas de ellas logran engancharse definitivamente en la vida a través de ese hijo que todos le aconsejaban abortar. El problema no son los hijos que vienen sino la falta de acompañamiento y de cercanía real de toda la sociedad con sus madres. No nos confundamos: el drama de la vida de estas mujeres no está en tener o en quitarse el bebé ya que la decisión de tenerlo es entrañable e inminente; la agonía de estas chicas y madres transita por la oscura sensación de que no hay nadie para ayudarlas a tener ese bebé y no encuentran un anclaje firme desde donde reconstruir sus vidas.

Pero miremos a una de ellas a quien habíamos rescatado hacía sólo un mes. Transitando el octavo mes de embarazo, llevando diez años de vida entregada al consumo y a la prostitución, una noche mientras estaba por descansar en la piecita que le habíamos conseguido para que viviera con una pareja de novios ya recuperada, sufrió el síndrome de abstinencia. Salió y empezó a caminar. Hacía mucho frío y estaba ya entrada la noche. Mientras caminaba rompió bolsa y llegó a una conocida esquina de nuestro barrio donde no pudo más y entonces hizo llamar una ambulancia que, como es costumbre, llegó tarde. Mientras esperaba desesperada, sola y en trabajo de parto, pasó una amiga, vieja compañera de calle y de consumo. Con la ayuda de ella tuvo a su hijo en la calle, lo abrazó como si hubiera llegado a un puerto existencial seguro y con toda su maternidad a flor de piel emprendió su camino al hospital.”

¡Qué historias! ¡Cuánta fuerza escondida que no se ve! Estas jóvenes y adolescentes tal vez no aparezcan en la farándula o vidrieras de exposición pública. Pero tienen bien ganado el reconocimiento de muchos. Qué bueno también que haya sacerdotes y religiosas que tengan la mirada de Jesús y sepan ver más a fondo en la vida humana.

1 comentario:

  1. comparto lo que dice monseñor Lozano es hora de que los católicos nos comprometamos con la defensa a la vida no solo de palabra sino a través del testimonio

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