sábado, 31 de diciembre de 2011

Santa Cruz: La Iglesia pide el fin de la violencia


Río Gallegos (Santa Cruz), 30 Dic. 11 (AICA)
Las protestas contra el proyecto de emergencia económica, en Santa Cruz dejaron 21 heridos

A raíz de los incidentes de ayer, que dejaron al menos 20 personas heridas, durante una manifestación de trabajadores estatales que se oponían al tratamiento legislativo de un proyecto de ley para declarar la “emergencia económica” en la provincia de Santa Cruz, los obispos de Río Gallegos junto con el Equipo Diocesano de Pastoral Social pidieron “encarecidamente que se detengan los actos de violencia empeñándonos en una nueva imaginación para vivir la democracia con justicia y paz”.     “Estamos viviendo los días posteriores a la Navidad, el pesebre está presente en todos nuestros hogares, como es costumbre, hasta el próximo 6 de enero. En medio de estas fiestas familiares somos testigos una vez más de hechos de violencia, corridas, heridos, que no condicen con el espíritu de la Navidad”, dijeron en un comunicado.

     La Iglesia diocesana consideró que “esta realidad dolorosa deviene de una historia de vínculos societarios rotos, y nos obliga a pensar y reflexionar juntos como comunidad los grandes ejes que deben constituir la prioridad provincial, propiciándose un encuentro de todos los sectores sociales –promoviendo su compromiso- para interpretar nuestra realidad, buscando a través del diálogo irrestricto caminos apropiados para encontrar alternativas concretas para la paz y la convivencia”.

     Por último, los prelados y la Pastoral Social desearon que “el comienzo del nuevo año nos encuentre reunidos alrededor de la mesa con el deseo de la paz, pero que este deseo se concrete en las acciones del día a día”.

     El comunicado lleva la firma del obispo de Río Gallegos, monseñor Juan Carlos Romanín; del obispo auxiliar, monseñor Miguel Ángel D’Annibale y del Equipo Diocesano de Pastoral Social.+

EDUCAR A LOS JÓVENES EN LA JUSTICIA Y LA PAZ

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
XLV JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2012

1. El comienzo de un Año nuevo, don de Dios a la humanidad, es una invitación a desear a todos, con mucha confianza y afecto, que este tiempo que tenemos por delante esté marcado por la justicia y la paz.

¿Con qué actitud debemos mirar el nuevo año? En el salmo 130 encontramos una imagen muy bella. El salmista dice que el hombre de fe aguarda al Señor «más que el centinela la aurora» (v. 6), lo aguarda con una sólida esperanza, porque sabe que traerá luz, misericordia, salvación. Esta espera nace de la experiencia del pueblo elegido, el cual reconoce que Dios lo ha educado para mirar el mundo en su verdad y a no dejarse abatir por las tribulaciones. Os invito a abrir el año 2012 con dicha actitud de confianza. Es verdad que en el año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día.

En esta oscuridad, sin embargo, el corazón del hombre no cesa de esperar la aurora de la que habla el salmista. Se percibe de manera especialmente viva y visible en los jóvenes, y por esa razón me dirijo a ellos teniendo en cuenta la aportación que pueden y deben ofrecer a la sociedad. Así pues, quisiera presentar el Mensaje para la XLV Jornada Mundial de la Paz en una perspectiva educativa: «Educar a los jóvenes en la justicia y la paz», convencido de que ellos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza.

Mi mensaje se dirige también a los padres, las familias y a todos los estamentos educativos y formativos, así como a los responsables en los distintos ámbitos de la vida religiosa, social, política, económica, cultural y de la comunicación. Prestar atención al mundo juvenil, saber escucharlo y valorarlo, no es sólo una oportunidad, sino un deber primario de toda la sociedad, para la construcción de un futuro de justicia y de paz.

Se ha de transmitir a los jóvenes el aprecio por el valor positivo de la vida, suscitando en ellos el deseo de gastarla al servicio del bien. Éste es un deber en el que todos estamos comprometidos en primera persona.
Las preocupaciones manifestadas en estos últimos tiempos por muchos jóvenes en diversas regiones del mundo expresan el deseo de mirar con fundada esperanza el futuro. En la actualidad, muchos son los aspectos que les preocupan: el deseo de recibir una formación que los prepare con más profundidad a afrontar la realidad, la dificultad de formar una familia y encontrar un puesto estable de trabajo, la capacidad efectiva de contribuir al mundo de la política, de la cultura y de la economía, para edificar una sociedad con un rostro más humano y solidario.

Es importante que estos fermentos, y el impulso idealista que contienen, encuentren la justa atención en todos los sectores de la sociedad. La Iglesia mira a los jóvenes con esperanza, confía en ellos y los anima a buscar la verdad, a defender el bien común, a tener una perspectiva abierta sobre el mundo y ojos capaces de ver «cosas nuevas» (Is 42,9; 48,6).

link para acceder al texto completo:

sábado, 24 de diciembre de 2011

NAVIDAD


Navidad es la Fiesta de la cercanía humana de Dios que llega a nosotros en su Hijo Jesucristo. Dios no abandona al hombre, vino a buscarlo de un modo único y nuevo en Belén, para ser su camino y hacerlo partícipe de su vida. Ya no caminamos solos. La realidad de este hecho histórico tiene como destinatario a todos los hombres, no es patrimonio de algunos. La fe, que es la que nos permite comprender el sentido pleno de este acontecimiento, es la que nos compromete a proclamarlo a todos.


El vino para un encuentro personal con cada uno de nosotros. San Pablo, le decía los cristianos: "estoy sufriendo hasta que Cristo sea formado en ustedes" (Gal. 4, 19). Esto significa que el Misterio de Navidad se realiza en nosotros, concluye el Catecismo: "cuando Cristo toma forma en nosotros y se realiza, así, ese admirable intercambio en el que Dios se hace hombre y el hombre participa de misma vida de Dios" (cfr. CIC. 526).



Esta presencia de "Dios con nosotros" que celebramos en Navidad, lamentablemente, no ha llegado a transformar la vida del hombre y no ha creado las condiciones de una sociedad nueva. Siguiendo a san Pablo podríamos decir que Cristo aún no ha llegado a "tomar forma" en nosotros. Tal vez permanece como una idea más, junto a otras, pero no como una presencia que todo lo transforma. La gloria de Dios es la dignidad del hombre. Son muchos los signos que hoy nos hablan de la ausencia de Dios. Pienso en los atentados contra la vida que son una ofensa a la dignidad de la condición humana. Comenzando por la vida por nacer que necesita del cuidado y la tutela jurídica de su primer derecho, y encuentra como respuesta política la posibilidad del aborto, siguiendo por el cuidado de la niñez que vive las consecuencias de una sociedad enferma, que ha llegado en el maltrato hasta la muerte. No puedo dejar de mencionar en esta mirada de la realidad el avance de la droga que deteriora y mata a muchos jóvenes. Que triste tener que hablar de estos temas en Navidad, pero ellos ocupan un lugar tristemente actual en la vida de los argentinos.

Esta lectura de la realidad no puede disminuir, sin embargo, nuestra esperanza que se basa en la presencia de Dios y en el triunfo del bien. En Navidad celebramos el compromiso definitivo de Dios con el hombre, que se hace vida en la historia a través de la fuerza del Evangelio, y que actúa desde dentro del hombre renovando: "los criterios de juicio, los valores determinantes, las líneas de pensamiento y los modelos de vida del hombre contemporáneo" (cfr. CIC. 523). El mayor drama del mundo está marcado, decía Pablo VI: "por una ruptura entre el evangelio y la cultura". Este es un desafío para la Iglesia y para cada cristiano. Lejos de lamentarnos y añorar con nostalgia el pasado, debemos ser testigos de una esperanza que se apoya en la certeza de la presencia de Jesucristo. La misión de la Iglesia es proclamar, con humildad y fortaleza, esta verdad del Evangelio que es vida para el hombre y principio de transformación para el mundo.

Que en esta Navidad comencemos a hacer realidad en nuestra familia y amigos, el mensaje de amor, de solidaridad y de paz que nos trajo el Niño de Belén. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

ORACIÓN DE BENDICIÓN DE LA MESA DE NOCHEBUENA

Bendice; Señor nuestra mesa.
Por una noche al menos,
quisiéramos que el mundo fuera una gran familia,
sin guerras, sin miserias, sin hambre, sin dolor,
y con algo más de música y de justicia.

Que este hogar, Jesús,
reciba tu palabra de amor y de perdón
y siempre estés tú presente.
Conservanos unidos.

Danos durante todo el año paz y trabajo.
Danos fuerzas para ser personas justas,
comprensivas, comprometidas por un mundo mejor.
Así habrá muchas "noches buenas"
y "días buenos".

Eres bienvenido, Señor, siempre a esta casa.
Y confiamos que Tú nos reúnas también
un día en tu Casa para celebrar la eterna Navidad. 
Amen 

lunes, 5 de diciembre de 2011

EL MALTRATO DE LOS NIÑOS, PROBLEMA ACTUAL

Artículo de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, 
publicado en el diario El Litoral el sábado 3 de diciembre de 2011

Qué triste llegar al tiempo de Navidad y tener que hablar de un tema que ocupa un lugar tristemente destacado en la vida de los argentinos. Me refiero al maltrato de los niños que ha llegado, incluso, hasta la muerte. Son muchos los casos aberrantes que a través de los medios conocemos. El repudio es inmediato, las marchas se multiplican, todos hablamos del hecho, pero temo que, como toda noticia, tenga su tiempo. Mañana hablaremos de otro tema. Estamos ante señales de un deterioro humano y social que debemos saber leer. Llama la atención que se han cruzado límites impensados. ¿Cuál es la causa de estos hechos que se repiten? No es fácil encontrar una respuesta única. Puede ser fácil encontrar al culpable y aplicarle la pena merecida. Pero el problema tiene raíces más profundas. El nivel de violencia alcanzado habla de una sociedad enferma, que ha perdido principios y referencias. A esta sociedad pertenezco, sería la primera conclusión o toma de conciencia para afrontar el problema.

Creo que no alcanza para explicar este nivel de agresividad hacia la niñez, incluso familiar, hablar de marginalidad, rapto de locura o “pase de facturas”. Tampoco quedarnos en causas de tipo psicológico, que existen; o de conductas sociales que se van arraigando y formando una mentalidad sin escrúpulos y sin límites. No hay que dejar de valorar, por otra parte, la importancia de las denuncias y la prevención, pero considero que estamos ante una situación que nos interpela culturalmente y, porque no, nos acusa. Somos parte de la cultura en que vivimos, sea por acción u omisión. Se descubre en el agresor historias de violencia sufridas, la víctima de ayer es el potencial victimario de hoy. Sabemos que las conductas éticas y sociales no están impresas en el hombre, ellas se trasmiten, son objeto y materia de educación. Siempre habrá casos patológicos, pero el tema que nos ocupa habla de una sociedad que ha ido perdiendo ese patrimonio cultural y moral, como base de sus relaciones.

Es el hombre, por ello, al que hay que sanar y educar en su vida, ideales y relaciones. Es el hombre quién ha perdido escala de valores y capacidad de gobierno sobre sus afectos, impulsos, alegrías y fracasos. Como nunca ha avanzado el conocimiento sobre el hombre, parecería que ello no alcanza. Tal vez este conocimiento nos sirva para intentar curarlo, pero me inclino a pensar que el tema de fondo es anterior, me refiero a la ausencia de un proyecto o ideal que de sentido a la vida en el ámbito de la convivencia humana. Lo que está en crisis es la cultura en cuanto horizonte de valores compartidos. Hablamos sin entendernos. Muchas veces se vive en un mundo familiar o social, sin sentirse parte de él. Considero, por ello, que el tema es más cultural e incluso religioso, que judicial o policial. En este sentido la ausencia de Dios, como fuente de razón y fundamento del orden moral, no es un tema menor en la vida y desarrollo del hombre como ser espiritual y social.

Pienso, además, que es la vida misma la que se ha ido devaluando y ha dejado de ser un valor absoluto y, por lo mismo, ya no es un límite. En el marco de una cultura de corte constructivista donde el hombre con su libertad es una suerte de dios creador, el nivel moral de sus principios es determinante. Una libertad sin valores ni referencias vinculantes se convierte en un arma peligrosa. En un contexto de insatisfacción y orfandad afectiva en el que viven y crecen muchas personas, la ira o agresividad se manifiesta como una respuesta que define una conducta; la incapacidad afectiva para establecer y mantener relaciones con lo diverso; el bajo nivel de gobierno que debilita el dominio sobre sus pasiones; la ausencia de un proyecto que organice y de sentido a la vida, aísla al hombre de su mismo mundo familiar o social; en el contexto de una cultura individualista el otro, cuesta decirlo, puede convertirse en un estorbo.

Alguien habló del mundo de lo descartable. Qué triste que estemos hablando en estos términos y sea el niño, en su inocencia y esperanza, el destinatario de tanta bajeza humana. Esta aproximación que he tratado de esbozar y que pueden parecer un tanto generales actúan, sin embargo, a modo de causa difusa en el comportamiento del hombre. En este aspecto le cabe una gran responsabilidad a los medios de comunicación social, que tienen una presencia determinante en la vida y cultura de la comunidad. Hay que recrear, por ello, las condiciones sociales y culturales que permitan una verdadera educación integral del hombre, donde los valores no sean utopías sin fundamento, sino que despierten ideales de una vida posible y mejor. Donde la vida humana sea un valor absoluto. Como vemos este tema nos involucra a todos. La crisis de la educación es , ante todo, una crisis de proyectos y testimonios que entusiasmen y den sentido al futuro del niño y del joven. La ausencia de ideales crea un vacío existencial que se hace inmanejable para muchos jóvenes. Una formación en los valores necesita, además, un positivo sentido de las virtudes como hábitos que permiten alcanzar y vivir el ideal propuesto. Una educación que no tenga en cuenta el significado de la virtud como hábito operativo, deja al educando en cierta orfandad.

Quiero unirme al dolor de tantas familias que han padecido esta miseria humana y elevar mi voz en el reclamo de justicia, pero también que sepamos examinarnos como parte de una sociedad enferma, que debe dar una respuesta a esta realidad social. Reciban junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Niño de Belén que viene para hacernos más hermanos.

La ausencia de ideales crea un vacío existencial que se hace inmanejable para muchos jóvenes. Una formación en los valores necesita, además, un positivo sentido de las virtudes como hábitos que permiten alcanzar y vivir el ideal propuesto.

Muchas veces se vive en un mundo familiar o social, sin sentirse parte de él. El tema es más cultural e incluso religioso, que judicial o policial. En este sentido la ausencia de Dios, como fuente de razón y fundamento del orden moral, no es un tema menor en la vida y desarrollo del hombre como ser espiritual y social.

Fragmentación e Individualismo

Hay una gran relación entre la Familia, la Iglesia y la Sociedad. No sólo porque los mismos individuos concretos formamos parte de ellas, sino porque lo que sucede en una repercute también en las otras. Decimos –y seguramente lo aprendimos en la escuela– que la familia es la célula básica de la sociedad. A la familia la llamamos “Iglesia doméstica”. A la Iglesia la entendemos como “familia de los hijos de Dios”. Queremos que la sociedad a nivel global sea “una misma familia humana”.

Intentaré describir en tres reflexiones algunas características de la cultura que inciden de manera especial en la familia y en nuestras comunidades.

Al mirar nuestra realidad, percibimos que estamos insertos en una cultura que no nos habla de unidad o de universalidad sino de división, y más aún, defractura o fragmentación.

Antes de la caída del Muro de Berlín en Noviembre de 1989, el mundo se presentaba dividido en dos grandes bloques que se apoyaban en ideologías antagónicas. La caída del Muro provocó un cambio en la realidad política a nivel mundial.

Avanza el fenómeno de la globalización, pero sus beneficios llegan sólo a una franja de la sociedad, mientras que otra queda excluida, considerada sobrante o desechable.

Estas mismas realidades de división y de fragmentación ocurren en la experiencia espiritual. Los autores clásicos de la espiritualidad, ins­pirados en San Pablo, tenían plena conciencia de la división que se da en el interior del hombre. San Pablo mismo lo dice en una de sus Cartas: "Veo el bien que quiero y hago el mal que no quiero"(Rm.7, 19), y los autores clásicos de espiritualidad lo expresaban diciendo "Estoy, siendo uno solo, divi­dido”.

Hoy, cuando se le pregunta a un adolescente o joven “¿cómo estás?", en lugar de responder "bien" o "mal", pregunta "¿en qué?". Y después de charlar un poco, te dice que está con su familia, bien; en el estudio, mal; en el trabajo, más o menos; con los amigos, bien con algunos y mal con otros; en su relación de noviaz­go, también con vaivenes. Existe una dificultad de encontrar la unidad personal y decir "estoy bien" o "estoy mal". La experiencia de la frag­mentación es vivida también en el ámbito de lo espiritual o del estado de ánimo.

Estamos en un "clima" de fractura o fragmentación: divi­sión en lo social, en lo personal, en lo familiar, y también en lo eclesial. Esta experiencia va atravesando todos estos ámbitos, desde los más pequeños hasta los más amplios. La persona que se siente fragmentada genera vínculos “flojos”, relaciones esporádicas y superficiales; emotivamente intensas, pero fugaces.

Se percibe un fuerte individualismo. Una frase muy escuchada lo expresa claramente: “con mi vida hago lo que quiero”.

La sensación de fractura o fragmentación muchas veces nos lleva a cerrarnos, encapsularnos o a tener una cierta dificultad para el trabajo en común.

En nuestra sociedad –y también en nuestra Iglesia– se observa, por un lado, la dificultad que encontramos en poder construir con otros, y por otro lado, la facilidad que tenemos en buscar hacer aquellas cosas que sólo dependan de uno mismo.

Se escucha a veces esta formulación: "Yo me puedo hacer cargo sólo de lo que de mí depende, de lo otro, no". De algún modo es razonable. Pero detrás de esa frase está la idea de que uno puede construir solo algo concreto y palpable, reducido en espacio y tiempo. Y es así que también se escucha: "No me pidan que comparta con otros la responsabilidad”. De esta manera es muy difícil tener un proyecto de país o un programa diocesano o regional.

Adelantándome un poco a algunos aspectos que desarrollaré en los próximos domingos, tenemos caminos para andar en medio de estas situaciones:

En la Familia: fortalecer los vínculos entre esposos, padres e hijos, hermanos.

En la Iglesia: comprometernos en la comunión y la misión.

En la sociedad: la amistad social que nos permite renovar el deseo de un Bicentenario en Justicia y Solidaridad.

¿Nos animamos a construir juntos estemos donde estemos?


Columna de opinión de monseñor Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, publicada el 4 de diciembre de 2011